Calle Celanova, marzo 2017. Foto: Laura Montero |
Levantado en los años 50
y 60 por el promotor José Banús, el
madrileño Barrio del Pilar fue un importante foco de inmigración nacional. Familias enteras dejaban de lado sus
raíces para sembrar, en la capital, el germen de una nueva vida.
Las calles de Celanova, Puentedeume, Chantada o Betanzos fueron las primeras en construirse. Viviendas sin grandes calidades e ideadas para la clase obrera, se llenaron de historias y en ellas comenzó a florecer la identidad de aquel incipiente barrio.
Personas procedentes de otras regiones españolas, como Andalucía o Extremadura, fueron asentándose en el Barrio del Pilar, atraídos por el asequible precio de los pisos.
Es el caso de Francisco Muñoz, de 82 años, que abandonó su pueblo pacense y llegó al barrio con su mujer hace ya medio siglo. Sostiene que “no noté un gran cambio, aquí siempre me he sentido como en casa”.
Las calles de Celanova, Puentedeume, Chantada o Betanzos fueron las primeras en construirse. Viviendas sin grandes calidades e ideadas para la clase obrera, se llenaron de historias y en ellas comenzó a florecer la identidad de aquel incipiente barrio.
Personas procedentes de otras regiones españolas, como Andalucía o Extremadura, fueron asentándose en el Barrio del Pilar, atraídos por el asequible precio de los pisos.
Es el caso de Francisco Muñoz, de 82 años, que abandonó su pueblo pacense y llegó al barrio con su mujer hace ya medio siglo. Sostiene que “no noté un gran cambio, aquí siempre me he sentido como en casa”.
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